Con cariño para los que se fueron.
Pongamos uno de esos bares en los que la gente se conoce de a diario. De serrín en el suelo, madera en las neveras y porra futbolera en una esquina. Así entró cariacontecido uno de los no habituales con dos amigos.
—Ponme cuatro botellines.
Todos deducimos que alguien acababa una llamada(dentro suele haber poca cobertura) o simplemente fumaba en la puerta. Pasaban los minutos y el camarero se dio cuenta.
—¿Se lo pongo a enfriar a tu amigo?.
Todos estábamos ya expectantes de que había pasado con el cuarto integrante.
— No va a entrar nadie, dijo poniendo un billete de diez sobre la metálica barra, cobrate los cuatro, mi hermano murió el mes pasado y adoraba los botellines de aquí, por eso no podíamos entrar aquí y no pedirle uno a él.
Dieron las gracias al camarero y se fueron. Todos los que allí estábamos nos quedamos helados, casi petrificados mirando aquel botellín que en espíritu volaba al cielo.
— Y ahora ¿Que hago con el botellín?.
— Ponerle un piso,¿ tu que crees?, bebertelo cojones.
—Deja deja que si se presenta el occiso...
—Damelo entonces a mi que vivo sólo y estoy loco por tener visita, que mi cactus lleva mucho ignorándome.
—No somos nadie.
— Y menos en bañador.
—¿Como?.
— Na...,tu corta queso.
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